Los científicos
sociales se ven muchas veces en la encrucijada metodológica de no poder
realizar inventos trascendentes. Muchas son las patentes y descubrimientos
realizados por cientistas de latitudes epistemológicas tales como las Ciencias
Naturales, la Física o la Mecánica, pero son más bien escasos los inventos en
el plano de las Ciencias Sociales.
El mayor
inconveniente, dirán por ahí los más despabilados, radica en que en las
Ciencias Sociales el objeto de estudio es el Ser Humano, y éste muchas veces es
incompatible con el concepto de mecanismo
o artilugio inventivo, como no pasa en otras ramas del conocimiento como la
robótica o la mecánica, disciplinas tan llenas de inventos y adelantos
técnicos.
Sin
embargo, y tirando por la borda lo antes explicitado, me propongo develar una
serie de patentes a nombre del señor Estanislao Acosta, quien, siendo
científico social, tiene fama de haber sido un hábil inventor, en contra de
todas las imposibilidades citadas unos párrafos atrás.
Antes, sin embargo,
citaré a su biógrafo, Severino Balmundio, quien nos deja una interesante
definición de invento y que será con
la que nos manejaremosen esta monografía, más por pereza que para evitar
escándalos. Y dice así:
“…yo por invento entiendo a todo mecanismo,
artefacto, proceso o método novedoso que tenga relevancia y validez; éste puede
ser material o conceptual, pero debe, innegablemente, funcionar y ser, ante
todo, nuevo…”.
Aclarado
o no este punto, procedo a dejarles esta deliciosa lista de inventos y
descubrimientos realizados por nuestro amigo Acosta.
El
detector de billetes (1950)
No
se sabe bien si este invento fue por interés científico-técnico o por necesidad
monetaria, pero lo cierto es que Acosta presenta y patenta en el verano del 50
una maquinita de bolsillo que detectaba billetes y monedas tiradas en el piso o
en cualquier otra superficie. Bastaba con encenderla para que ésta, a modo de
un detector de metales, emitiese un pitido que se hacía más fuerte dependiendo
de cuán lejos estuviese el dinero extraviado o de la cantidad del mismo. Si se
trataba de dólares, el pitido era más agudo. Era notable cómo el aparato
lograba discriminar entre plata ajena o propia, tendiendo siempre a encontrar
la primera. Se dice que Acosta recorría el centro de San Juan con su invento en
el bolsillo recogiendo monedas y billetes de terceros.
En el año 1952
incorpora una pantalla en la que aparecía, a modo de radar, la localización del
dinero tirado y la cantidad del mismo; y en la primavera del 53 la versión 2.1
del detector de billetes ya detectaba dinero potencialmente extraviable,
mostrando en el radar bolsillos rotos, monederos mal cerrados y señoras
imprudentes. En verde aparecían los billetines y monedas a punto de caerse, y
en rojo los que ya estaban en la vereda o en la calle. Si el color era gris,
significaba que ya se había recogido, y si aparecía en naranja era porque
alguien ya lo había visto.
En el invierno de
1954 el Registro de Patentes de San Juan fue misteriosamente robado por un
grupo comando, y Acosta perdió el derecho a fabricar el detector. NOTA: este
aparato no detectaba tarjetas de crédito ni cheques, aunque solía confundir las
tapitas de cerveza con monedas de mil pesos fuertes.
El
almanaque del Fin del Mundo (1954)
Escrito en verso y
con más de dos mil páginas, este grandioso volumen impreso por la Editorial
Sombraschinescas anunciaba sin miedo al qué dirán la fecha exacta del fin del
mundo.
Afortunadamente
presagiaba el Día del Juicio el 12 de enero de 1990. NOTA: considerando que la
fecha ya pasó y que aún seguimos vivos, es posible que Acosta haya mentido con
la fecha; o que verdaderamente los puros hayan subido al paraíso y que los
pecadores nos hayamos quedado en la Tierra.
El
sombrero que no despeina (1955)
Su
nombre lo dice todo: se trataba de una galera que no despeinaba la cabellera de
quien la llevase puesta. Además, y como yapa, tenía un dispositivo que
acomodaba el pelo del caballero o de la dama según varias opciones: jopo,
peinado al costado, trenzas, colita de caballo, engominado para atrás,
rollinga, desmechado, pelado, rastafari y cresta punk.
Las
damas, por tratarse de una galera, desistían de su uso. Pero los pocos caballeros
que usaban tal sombrero en ese tiempo eran asiduos usuarios de este invento. Sin embargo, un desperfecto de fábrica
hacía de este invento un artilugio demasiado pesado, por lo que muchas
personas se rompieron el cuello o sufrieron severas tortícolis a causa de su
uso. Salió de circulación por orden de la Justicia durante la Semana Santa de
1956. NOTA: la versión rosa de esta galera fue la más vendida, con un total de
5000 unidades. El comprador fue un tal Pachano.
El
viaje en el tiempo (1960)
Acosta
dominó esta técnica leyendo periódicos viejos, sobre todo los ejemplares de
Diario de Cuyo. Consiste en tomar un diario y concentrarse –Acosta no dice
cuánto, para proteger su invento- hasta viajar a la fecha consignada en el tabloide.
Se
cree que los textos de los periodistas del Cuyo influyen notoriamente en el
proceso, ya que, como todos sabemos, la redacción de ese diario está embrujada.
No obstante, el resto de los periódicos de circulación legal de Argentina
sirven, pero se nota la diferencia. NOTA: Acosta aconseja llevarse consigo un
diario de hoy, para pegar la vuelta.
El
avión o aeroplano (1903)
Aparentemente
influenciado por su invento anterior. Desgraciadamente para Acosta los hermanos
Wright tenían un mejor abogado. NOTA: en la fotografía se aprecia a los
involucrados en este invento.
El
reloj que mentía con la hora (1970)
Una
de las peores cosas que llegó a hacer Acosta. No se trataba más que de un reloj
que funcionaba mal y que atrasaba. Sin embargo logró patentarlo y el Estado
llegó a comprar 12.000 unidades con los que equipó el edificio 9 de Julio. Esto
explicaría el porqué de algunas irregularidades en el cumplimiento de horarios
en la administración pública. No hay nota en este apartado.
La
máquina de hacer pillacuriosos (1972)
Quizás
el mejor de todos los inventos de este hombre. Consistía en un aparato mecánico
con una compuerta de entrada y una de salida. Por la de entrada se insertaba la
materia prima –normalmente sólo bastaba con un papelito con el nombre del
objeto que se quería fabricar- y por la compuerta de salida aparecía el
producto terminado.
Hasta el día de hoy los técnicos y personas curiosas que han desarmado la máquina no han podido determinar con efectividad qué es lo que hace que este aparatejo funcione y que fabrique cualquier cosa que se le pida. NOTA: el objeto más fabricado en la historia de esta máquina es el billete de cien pesos.
Hasta el día de hoy los técnicos y personas curiosas que han desarmado la máquina no han podido determinar con efectividad qué es lo que hace que este aparatejo funcione y que fabrique cualquier cosa que se le pida. NOTA: el objeto más fabricado en la historia de esta máquina es el billete de cien pesos.
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