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Capítulo IV: "Cosas que no cambian con el tiempo"
Es el mediodía del 27 de marzo de
2006 y los cuatro amigos están sentados alrededor de una coca que muere
lentamente, vaso a vaso. Lucas es el centro de la conversación por dos razones:
la más obvia es por sus inventos
sobre el futuro, sobre lo poco y lo mucho que ha cambiado la vida de las
personas en esos 9 años que los separan y por el juego credulidad/incredulidad
que sus amigos tienen con él. Por momentos quieren creerle, pero en realidad
piensan que Lucas los está cargando. Detalles sobre asados, salidas y menciones
esquivas sobre futuros hijos los hacen dudar, pero la catarata de hechos y
datos sobre el mundo los desborda. ¿Cómo es posible que el chato, irrelevante,
tímido y gris Lucas sepa inventarse tantas cosas en apenas un fin de semana?
La otra razón es desconocida por
ellos y obedece más a una costumbre que el intruso temporal ha adquirido con el
paso de los años y que ni él mismo sabe que la tiene: ya no es un adolescente.
Su cuerpo sí, pero su mente es la de un casi adulto que no soporta el silencio
en las reuniones; ese tiempo muerto sin charlas ni acciones (que pueden ser
segundos o minutos, incluso horas) y que a los jóvenes los une. Ese “estar al
pedo” mirando el tiempo pasar y sin que medie música o alcohol, sin que
necesariamente tenga que ser en un pool o en un boliche, y que, por el
contrario, casi siempre es en la puerta de una casa o una esquina. Es tiempo al
pedo. Es la coca a la que se le va el gas; es el segundero que no avanza y que
sólo es movido por chistes tontos o conversaciones que, de afuera, parecen
triviales pero son en realidad vitales. Eso es lo que Lucas ya no disfruta y
llena con palabrerío. Afortunadamente para él, tiene mucho para decir; y sus
amigos, mucho para escuchar… aunque no le crean del todo.
-
Es que no sé cómo explicarles… no es que viajé
al futuro, vi cosas raras y volví para contárselas. Hay muchísimas cosas de las
que no me acuerdo, y otras que no les di bola y ni sé que pasaron –les explica
Lucas cuando Fernando le preguntó, por cuarta vez desde que salieron del cyber,
cómo era la vida en el 2015-. Para mí son cotidianas porque las fui viendo
cambiar; bah, y ustedes también.
-
Bueno, pero contanos lo que sepás… qué sé yo, lo
que sea…
- Sí, pero a cada rato está diciendo que hay cosas
que no nos puede contar – intervino Francisco, agregando luego en falsete:
“Ay, no, a eso no se los puedo decir, porque son cosas importantes sobre su
futuro, ay, ay, ay” –la burla hizo explotar a todos de la risa.
-
¡Qué pedazo de hdp que sos! No, hay una banda de
cosas que no les puedo decir porque son cosas que tienen que vivir ustedes y
que tienen que decidirlas por su cuenta. Les puedo contar sobre giladas –hacía
años que Lucas no decía esa palabra- que no nos tocan ni tenemos incidencia en
ellas; qué sé yo… resultados de fútbol que me acuerde, elecciones, inventos y
detalles sobre la vida de la gente que conocemos en común. ¡Pero eso sí,
prométanme que no se los van a contar a nadie más!
-
Dale, te lo juramos si querés…
-
Y ustedes me ponen al tanto de las cosas del
2006, que casi ni me las acuerdo…
- Vos te has pegado en la cabeza. O tenés un tumor
o algo así. Tendrías que ir al médico –dijo Pablo sirviéndose gaseosa.
-
Sí, loco –dijo Francisco después de un trago-.
Hay una película con Travolta en donde el tipo se hace inteligente de la noche
a la mañana. Tenía alto tumor en la cabeza.
-
Que no… que les estoy diciendo que yo ya viví
este año, y los años que vienen. Esto es como una segunda oportunidad, o qué sé
yo. Me acuerdo patente de lo que hice anoche, en el 2015; pero hoy, el día de
hoy –y Lucas señalaba el cielo, los árboles y los edificios de alrededor- este
día en particular y esta época yo ya la viví. ¡Y ustedes también! Pero hace
mucho, hace diez años. No puede ser un tumor o un golpe, porque yo a los 9 años
que separan esta época –dice Lucas señalando el piso- de la que yo vengo los
viví de verdad. No me crean si no quieren, pero dejen de pensar que me he
pegado o drogado.
-
Está bien, está bien. No te calentés… yo estoy
así de creerte –dijo Fernando, haciendo una seña con sus dedos índice y pulgar-
pero necesito una prueba, man.
-
Pero es que no me acuerdo de casi nada… lo único
que les puedo probar es que el viernes que viene me junto con una minita, la
que voy a agregar esta noche. De eso me acuerdo patente porque la conocí en el
quince de hace unos días (“Aunque para mí fueron años”, pensó Lucas) y Pablo me
dio el correo porque ella preguntó por mí…
-
Claro, te di el correo esta mañana…
-
…pasaron dos o tres días hasta que la encontré
en línea y me mataba la ansiedad. Cuando se conectó creo que hablamos por un
rato y salió la juntada. Creo que el miércoles o uno de estos días voy a
chatear, bien tarde a la noche. De esas cosas sí me acuerdo. Pero los
resultados de los partidos que no son importantes o de otras cosas no me
acuerdo. No les puedo decir qué bondi va a pasar ahora, o quién va a dar la
vuelta a la esquina: son cosas que uno no les presta atención y se olvida. ¿O
acaso ustedes se acuerdan de lo que pasó hace diez años?
-
River campeón de la Libertadores en el 96 –dijo
Francisco riéndose, pero desafiante, demostrando que hay cosas que se recuerdan
de hace diez años.
-
Bueno –le agregó Lucas, más burlón aún y mucho
más desafiante: andá preparando los pañuelos porque no sólo no la ganan en
estos años, sino que en el 2011 vas a llorar mucho…
-
¿Qué va a pasar en el 2011? ¡No me dejés con la
pica ahora, hdp!
-
¿Te lo podré decir? No creo que influya mucho…
juralo.
-
Yo, Francisco Sánchez, juro por la madre de
Pablo…
-
¡Eh!
-
… que no voy a contarle a nadie qué me vas a
decir…
-
River se va a la B…
Seco. Insensible. Un puñal en el
alma. Así se lo dijo Lucas, gozándola como todo bostero.
Media hora más tarde no quedaba
gaseosa y Lucas no tenía mucho más para contar, así que cada uno partió para su
casa. En el colectivo, disfrutando poder estar mezclado entre gente de otro
tiempo, como una especie de turista temporal, Lucas sintió por primera vez que
lo que estaba viviendo era increíblemente satisfactorio. Volvía a ser un
adolescente y nadie parecía darse cuenta de que él en realidad provenía de otro
tiempo, de otro lugar (porque el mundo, la sociedad, la vida, eran otras).
Estaba extasiado. Miraba los autos por la ventanilla y se maravillaba en la
dualidad extrañeza-familiaridad que tenía todo, incluso el aire. El olor del
colectivo y ese boleto que tenía en la mano (que no debería tenerlo porque él
ya estuvo en ese mismo lugar y no se tomó ese
colectivo) tenían algo de extraño pero también de conocido.
El perfume de una señora lo hizo
dar vuelta la cara y mirar hacia el pasillo. Llevaba ocho horas en el 2006 y
había reflexionado muchísimo más sobre la vida y el destino que en los nueve
años que lo separaban de su tiempo.
¿Quién había sido el verdadero receptor de esas partículas químicas del perfume,
el receptor original, el que una vez
las olió y ahora no lo va a poder hacer? ¿Estaban condenadas a perderse entre
el aire o en ese colectivo había alguien señalado por el destino –y que
definitivamente no debería ser Lucas- para sentir ese olor? Sonreía como un
enamorado, absolutamente excitado por su suerte, por estar viviendo algo que
nadie más había vivido.
De pronto vio una chica muy
parecida a Noelia, su novia en el 2015 y desde el 2012. Había pensado en ella
durante la mañana y hasta quiso ir a buscarla a la salida de su escuela (la
Normal Sarmiento) pero recordó que en este año ella estaba de novia con Darío,
y no con él. De hecho, ni se conocían ni había posibilidad alguna de conocerse.
Buscarla sería algo totalmente irresponsable y alteraría mucho lo que sucedería
más adelante en el tiempo. Lucas se sintió muy furioso. Quería contarle todo a
la mujer que más amaba pero ella no sólo no lo conocía, sino que amaba a otro.
Un par de cuadras después Lucas reconoció que lo que sentía no era furia, ni
enojo; tampoco impotencia o frustración. Tuvo que dar el brazo a torcer y
admitir que estaba celoso, profundamente celoso de su ¿pre-novia?, y de Darío.
Y lo peor de todo es que no podía hacer nada por cambiar eso. “No todo es color
de rosas, por lo que veo, en esto de despertarse en el 2006…”, se dijo mientras
negaba con la cabeza. Su mayor enojo era estar celoso, algo que nunca había
experimentado. “Es como que me está gorriando, pero en realidad no. Ella ni
sabe quién soy… lpm”.
Un Fiat tocó bocina en una
esquina y sacó a Lucas de sus pensamientos. Miró y vio que el conductor era una
persona de unos cuarenta, con dos niñas atrás. Intentó reconocerlo pero no
puedo: era un completo extraño. No se había cruzado con ningún conocido, ni de
esa época ni del 2015. Siguió mirando el auto y luego pensó y pensó, divagó por
cuadras enteras sumido en el sopor consciente de un déjà vu constante. Pensó,
por ejemplo, en el lugar en el que se hallaría ese mismo Siena rojo dentro de 9
años; quién sería su dueño y cuántas historias podrían contar las dos niñas –ya
grandecitas, jóvenes, hermosas quizás- en un 2015 de selfies y novelas turcas. “Yo
no debería haber visto este auto, y seguramente no estoy viendo o viviendo
otras cosas que sí viví la primera vez que estuve en este año; de qué me estaré
perdiendo…”, pensó cuando el auto se perdió entre el tráfico.
Lucas se concentró nuevamente en
las reglas que se había impuesto. Iba a formular la tercera: “Hacé la tuya, no
te enrosqués y tomá decisiones sin pensar mucho; no importa cómo lo hiciste la primera vez. Y por lo que más querás: no
pensés en Noe, ella no es tu novia ahora”.
Sacó el teléfono del bolsillo y chequeó si tenía algún whatsapp. Se insultó a
sí mismo cuando vio el C115 salir de su pantalón. “Qué increíble que es ver a
la gente mirando por las ventanillas o para adelante, incluso conversando entre
ella. Me había olvidado de lo que era vivir sin smartphones ni Internet. Las
personas esperan el colectivo pensando o escuchando música en las paradas, no
mirando pantallas. Alguno que otro manda un mensaje, pero no: no están
atontados. Qué increíble… me la paso sacando el celular del bolsillo y
desbloqueándolo, como si fuera el que tengo ahora,
pero no hay nada… una pantalla azul con la hora; no hay notificaciones de
grupos, de Facebook ni nada. Cuántas cosas se da cuenta uno cuando las mira
desde afuera”, se dijo Lucas guardando el humilde (pero poderoso en su época) C115
en el bolsillo.
Eran las dos y cuarto de la tarde
cuando el intruso temporal llegó a su casa. Su madre no estaba y Gema dormía la
siesta. “La casa sola, joya”, se dijo
mientras se cambiaba en su cuarto. Luego de eso preparó la mesa para comer e
instintivamente prendió el televisor para ver El Precio de la Historia o Un
Show Más. Llegó a cambiar hasta tres canales sin darse cuenta de su error, y
recién cuando vio que por Cartoon Network estaban pasando Mansión Foster para
amigos imaginarios cayó en la realidad. Lanzó una fuerte carcajada y se dedicó
a hacer zapping para ver qué otros programas olvidados por su memoria se
encontraban en la grilla. “Lo bueno es que en esta época no dan Casados con
Hijos en la siesta”, dijo y se sentó a comer. En un plato sin ensalada ni ningún
tipo de acompañamiento, un bife frío esperaba a ser comido, casualmente –como
el café con leche de la mañana- por segunda vez en la historia.
“Qué lindo silencio. Hacía tantos
años que no sentía esta calma… no tener que trabajar en la siesta, ni tener
otra cosa más que los deberes. Pero igual me siento al pedo… algo tengo que
ponerme a hacer”, dijo un adulto en su propio cuerpo adolescente. Limpió la
mesa y los platos (algo que el Lucas del 2006 nunca hubiese hecho) y terminó
los deberes escuchando radio. Eso no había cambiado casi nada según su gusto rockero
de los ochenta y noventa. Ordenó su cuarto y barrió afuera, acomodó unas cajas
del fondo y, cuando ya no supo qué más hacer, se sentó en la computadora. “Dios
mío, qué mugriento que era… no le ayudaba en nada a mi vieja en esa época. Con
razón peleaba tanto con ella y con Gema”, dijo mientras el logo de Windows XP
aparecía en una blanca y pequeña pantalla de 14 pulgadas. Chusmeó su vieja computadora y comprobó que el
desorden también era moneda corriente en ese ámbito. Se aburrió rápidamente de
los juegos que tenía en esa época (el único que se salvaba era el Age II) así
que decidió meterse a Facebook. Esta vez chistó molesto y sacudió la cabeza al
ver que todo estaba en inglés y que, claro, él todavía no tenía cuenta en ese
sitio. Minimizó Internet Explorer (sí, pobre Lucas) y vio un ícono mágico en el
escritorio. Un ícono que hacía años que no veía y que lo estaba esperando desde
que prendió la computadora… “MSN Messenger” decía esa maravilla de ícono, y de pronto se acordó de agregar a Lucía, la
chica del quince.
Hizo clic en “iniciar sesión” y
comenzó a escribir su correo: “Lucas.ferrer@gmail.com... qué pelotudo, ése no
era. Era el de hotmail... lucas41_sj_pr@hotmail.com... contraseña...
cabj123tumamaentanga... no, ésa es la del correo de Yahoo. ¿Cómo era mi contra
en esta época? Ahhh: ´quemirasputo´”. Y los muñequitos empezaron a girar y
girar.
Eran las seis de la tarde y Gema
hacía ruidos desde su cuarto, en señal de despertarse. Lucas miraba extasiado
la cantidad de contactos en línea y sus interesantes charlas sin sentido.
Agregó a la chica del cumpleaños y se quedó chateando toda la tarde con otros
contactos. Gema le pidió la computadora como a las ocho y él se la cedió, no
sin antes recriminarle que no había limpiado la mesa después de tomar el té. Su
hermana lo miró extrañada, y le preguntó si no se sentía mal.
Lucas no lo sabía (en realidad no
lo recordaba) pero la primera vez, en el 2006 original, había agregado a Lucía
después de la medianoche, luego de haber dormido toda la tarde y de visitar a
sus amigos hasta las once de la noche. No había limpiado, ni merendado, ni se había
conectado a las seis de la tarde, no. Él había llegado después de que su madre
y su hermana habían cenado y tuvo que esperar a que ellas desocuparan la
computadora para usarla. Recién ahí se conectó (a las 0:21 del 28 de marzo) y recién
a la 1:30 agregó a Lucía.
En cambio, ahora sí estuvo
presente cuando Gema dejó la computadora a las nueve y media para preparar la
cena con su madre y también estuvo cuando a las diez y veinte limpió la mesa y
se ganó el derecho (“por guapo”, como le dijo su mamá al verlo limpiar) de seguir
usándola después de cenar. Estaba por hablarte a una tal “Lo esencial es
invisible a los ojos” cuando un cartel le apareció:
Habían pasado 9 años desde que Lucas conoció a esa chica (aunque para ella fueron apenas dos días) y la mística del
chamuyo seguía intacta. Nueve años de otras
parlas y cientos de mujeres en chats, mensajes y boliches, pero el destino
seguía queriendo que esos labios se unieran en una plaza sanjuanina. “Hay cosas
que no cambian con el tiempo”, se dijo Lucas agrandado, inmenso,
indestructible, mientras se acostaba.
Ya mirando el techo se dio cuenta
de su gran error: “¡Qué pedazo de pelotudo! Me voy a juntar mañana y tendría
que haber sido el viernes. No te la puedo creer, que pedazo de cul**do que soy…”.
Y entre la bronca por su descuido y el sueño de un largo día, puso la alarma en
su C115. “EsCuela 6 AM”. Apretó un botón y la luz azul se apagó. Diez minutos
después Lucas dormía tranquilamente.
Por la mañana, un Samsung Galaxy
S3 lo despertó para ir a trabajar.
Para leer el quinto capítulo hacé click aquí.
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